1947
El infierno visitó la Tacita de Plata
"La grandeza de los crímenes borrará
la vergüenza de haberlos cometido"
Nicolás Maquiavelo
El tiempo lima la aspereza de los hechos. Dicen los que saben de estos
asuntos que los hombres hemos desarrollado un recuerdo positivo de las
cosas, de manera que al final conseguimos construir un pasado llevadero, sin
aristas cortantes, que nos permite vivir. Y debe ser cierto porque hasta el más
feroz de los hechos acaba incrustado y asumido en el substrato mullido que va
conformando la vida. Seguramente es un buen recurso para sobrevivir... No sé,
me gusta pensar que los seres humanos tenemos una condición que, nos
pongamos como nos pongamos, nos hace buenos. Y esta forma de asumir las
tragedias, olvidar el rencor y los deseos de venganza, es parte del proceso que
proporciona esperanzas para el género humano...
...sin embargo, esta misma idea esperanzadora, en boca de Maquiavelo suena
a desastre, a claudicación, a no tenemos remedio. Suena a sigamos
haciéndolo sin remordimientos porque al final todo se olvida...
"La grandeza de los crímenes borrará la vergüenza de haberlos cometido"
Triste. Es el eterno vaivén de los hombres. El alfa y el omega que convive con
nosotros.
Pues para ejemplo de tragedia asumida por el tiempo, encapsulada en la vida,
pero nunca olvidada, podemos pensar en la Explosión del 47 en Cádiz. Ese día
de agosto el infierno visito la Tacita de Plata... y dejó un recuerdo imperecedero
en todas las personas que lo vivieron. Unos porque lo sufrieron en su carne, en
su retina, en sus tímpanos —y conste que no me refiero a la luz roja, ni al
trueno de la explosión que llego hasta Ceuta, me refiero a la visión de cuerpos
troceados y a los gritos de terror y angustia—, otros, más jóvenes, porque
padres y abuelos lo han contado cien veces, todas ellas con seriedad, y
siempre como algo a flor de piel... Todos, unos y otros, siguieron la vida con el
trauma firmemente imbricado en la existencia, y nunca olvidado.
Este libro de José Antonio Aparicio explica la Explosión en su totalidad,
definitivamente. Lo hace con la distancia emocional que dan los años
transcurridos, y lo explica sin acritud porque en este caso, el tiempo sí ha
limado las asperezas. Por eso, permitidme decir abiertamente lo que el autor
expone con claridad pero con sumo cuidado en este libro.
Lo hace así porque
ha elegido permanecer como un observador al margen de su obra; como un
director que deja hablar a los hechos configurados como palabras grabadas a
fuego en el recuerdo; o como documentos irrefutables escritos en el preciso
momento en que ocurrieron. Y aconteció que el 26 de octubre de 1950, más de
dos años después de que el infierno visitara la Tacita de Plata, por fin habló la
justicia. Dijo el juez en su auto que "no apareciendo debidamente comprobada
la perpetración de delito alguno… el Auditor es de dictamen que procede
acordar el sobreseimiento provisional de esta Causa…"
Bien. Es indispensable todo intento de objetividad en el historiador, pero el
prologuista no está sujeto a esta servidumbre, por eso dejadme decir sin
cortapisas -y, ciertamente, con acritud medida- lo que bulle por la cabeza de
muchos desde que habló la justicia:
Que al fin y al cabo, tuvo que existir un hombre, aprendiz mediocre de
Maquiavelo, que decidió un día, con o sin el menor escrúpulo moral, que se
almacenaran en Cádiz más de mil enormes bombas. Que esa decisión inicial
provocó la Explosión de Cádiz de 1947, que fue causa de ciento cuarenta y
siete muertos e incontables heridos. Y que, finalmente, ese hombre,
responsable de la tragedia, vivió en libertad el resto de su vida.
Seguramente debió ser uno de esos hombres que suelen aparecer después de
ganar una guerra a bombazo limpio, y después de anular a cientos o miles de
hombres que profesaban otro pensamiento. Posiblemente luciría fino bigotito
debajo de la nariz, al uso por ese tiempo; y posiblemente luciría un uniforme
victorioso. Tal vez fuese hombre de los que con una gorra se creían dueños del
cortijo, y lo eran, ¡válgame Dios!, ¡claro que lo eran!, que hasta decidió almacenar toneladas de alto explosivo en mitad de un barrio gaditano y todos
obedecieron al instante porque para eso se había ganado una guerra, para
mandar y ser obedecidos sin replicar. Sí, este hombre debió ser un aprendiz
mediocre de Maquiavelo instalado en mitad de un régimen totalitario… que
para colmo acabó siendo un homicida y, seguramente, sin dejar de ser buen
esposo, padre y abuelo.
El juez no encontró responsables. Ni siquiera hubo causa porque no se pudo
probar la existencia de delito. Pero el hecho de almacenar bombas en un
simple taller mecánico a escasos metros de casas habitadas es una decisión
humana, y consentir tal hecho es otra decisión humana; y detrás de cada
decisión existe la voluntad de uno o varios hombres. Y esta decisión tuvo unas
consecuencias trágicas. Aquí ya no valen intervenciones divinas o cadenas de
obediencias para justificar lo injustificable. El progreso o retroceso de la historia
depende a la postre de la acción de algún hombre ¡y más nos vale que el
bagaje moral de este individuo se ajuste a lo básicamente humano! Pero no fue
este el caso que nos ocupa, el hipotético émulo de Maquiavelo, fue un ser
amoral que antepuso intereses espurios al valor supremo de salvaguardar la
vida de los ciudadanos... ¡porque eso fue lo que hizo!
-
¡Claro, hombre! Es que tal vez no fueran ciudadanos, sino obedientes
súbditos al servicio de una patria... la del mequetrefe, por supuesto-.
Por eso envidó con la vida de las personas; porque tal vez fuese un ser incapaz
de sentir empatía, de sentir lo que el otro siente.
Lo de después, o sea, la Explosión, fue una consecuencia inevitable. Podía
pasar y ocurrió. Los militares que el destino puso junto a las bombas hicieron lo
que pudieron, es decir, obedecer y poco más. Contaron las minas, las cargas
de profundidad y los torpedos; los clasificaron por tipos, los dispusieron en
milimétrica fila, barrieron el almacén, montaron su vigilancia… incluso
explicaron una y otra vez a sus superiores el peligro que suponía mantener
este polvorín en este preciso lugar. Luego murieron esperando nuevas órdenes. Porque también murieron.
Los muertos en la Explosión y los que quedaron mutilados de por vida la noche
del 18 de agosto de 1947, necesitan saber por qué pasó lo que pasó. Por qué ese hipotético mediocre aprendiz de Maquiavelo ordenó almacenar cientos de
toneladas de alto explosivo en Cádiz, sin las mínimas medidas de protección,
rodeado de casas, de niños y de gente empobrecida por una guerra que ganó la fuerza bruta, como casi siempre. Sí, los muertos merecen eso, saber por
qué. Por eso existe este libro, para explicarlo y para recordar los últimos
momentos de muchas de las víctimas, todas inocentes, por cierto.
El trabajo de José Antonio Aparicio Florido explica, con la amenidad de una
novela y con el rigor de un notario, la estrategia y la logística que llevaron las
bombas a un barrio de Cádiz. Lo hace detalladamente, para que los muertos
sepan que ni siquiera fue la inconcebible imprudencia de un gobierno lo que les
mató, que fue una especie de innoble Razón de Estado que los relegó a una
posición secundaria. Y lo explica el autor en un perfecto ejercicio de equilibrio y
ecuanimidad, sin el menor asomo de revancha. El libro de Aparicio es una
necesidad histórica, está hecho para y por las víctimas, y se nutre
fundamentalmente de su recuerdo y de fuentes coetáneas e inéditas hasta el
momento. Es un abrazo postrero a todas las víctimas, directas e indirectas. El
trabajo de investigación que ha seguido el autor en esta línea ha sido
apabullante. Y, sobre todo, llama poderosamente la atención el rocambolesco
juego de lógica que Aparicio ha seguido para localizar las circunstancias de
cada víctima, hurgando en un laberinto de pistas cruzadas y a veces
contradictorias. Gracias a este asombroso ejercicio, hoy, todas ellas descansan
perfectamente identificadas y localizadas.
Se ha escrito mucho sobre la Explosión. Y se ha especulado también
demasiado. Este libro es el primero que bucea directamente en las fuentes
primarias para detallar milimétricamente qué había en el Almacén nº 1 de la
Base de Defensas Submarina de Cádiz el 18 de Agosto de 1947. Y lo hace
basándose en documentos inéditos e intocados desde hacía seis décadas. Me
consta la difícil labor investigadora de Aparicio para vencer la suspicacia que
asoma cuando un extraño entra en la intimidad de un pasado que muchos
prefieren olvidar. Y me consta su minuciosidad para contrastar el menor detalle.
A partir de este libro los viejos sentimientos que emanan de la Explosión cristalizan por fin en hechos fiables; los números que definen las circunstancias
de la Explosión dejan de bailar; las minas, las cargas de profundidad y hasta
los explosivos tienen nombre y apellidos bien definidos. Y de este exhaustivo
conocimiento surge, como una fruta madura, la explicación más realista sobre
el origen de la tragedia. La hipótesis Nc (teoría de la nitrocelulosa) es una
explicación novedosa y, me atrevería a decir, definitiva; que no utiliza
condicionales complejos o imposibles, ni se basa en supuestos azarosos que
confluyan en la primigenia explosión.
La comisión técnica de la Armada que investigó las causas concluyó que "…la
explosión debió ser provocada por una causa inicial probablemente ajena a los
explosivos, aunque no pudiendo asegurarlo por la procedencia extranjera de
los mismos."
La Teoría de la Nitrocelulosa, diametralmente en contra de esta conclusión,
determina que la explosión es precisamente consecuencia de la propia
naturaleza de un material explosivo que sí pudo determinarse con precisión -si Aparicio lo ha encontrado sesenta años después, con más razón podría
haberse conocido en su momento-, y de la nevitable condición humana.
El libro de José Antonio Aparicio Florido aporta tal cantidad de nuevos datos
que las consecuencias caen por sí solas para despejar las últimas dudas sobre
la identificación de las víctimas; para desmontar fantasías y teorías
injustificadas; para poner en evidencia maniobras que desviaron las
responsabilidades y, finalmente, para explicar el origen de la desgracia. Sin
duda, es el libro definitivo sobre la Explosión de Cádiz.
Miguel Ángel López Moreno
http://www.milan2.es
Isla de León
Septiembre de 2008 |